No es poder o no poder, no es querer o no querer.
Es algo mucho más complejo, algo tan difícil que pierdo la noción del tiempo al pensar en ello, me tiemblan las manos y el corazón se me dispara, los ojos se me humedecen y me cuesta respirar.
¿Lo has sentido alguna vez? Esa impotencia de no saber qué hacer, ni siquiera qué quieres y qué no. Ese momento de duda permanente que te atormenta y te desgarra el alma.
Deseas callar y que nadie note tu presencia, pero, a la vez, deseas también una atención especial que pocas personas podrían darte, por no decir sólo una.
Es curioso cómo en cuestión de días todos tus planes se desordenan, como movidos por un tornado (o incluso una simple corriente de aire). Es curioso lo radical que es la razón y lo enamoradizo que es el corazón. Una lucha permanente que, si no me equivoco, siempre seguirá vigente.
De todos modos, en este caso, en esta batalla, no ganarán ninguno de los dos. No lucharán. En esta tregua, la razón aceptará los impulsos del corazón, y éste lamentará las verdades que la razón le transmita.